A continuación, la reseña de Matías Raia publicada en El Matadero. Revista crítica de literatura argentina (Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires), en junio de 2009.
Elige tu propia aventura:
Vivir en un PH o en un edificio tomado.
Reseña
de Modos de asedio de Ana Ojeda y Nuevas Cenizas de Mariano Fiszman,
Buenos Aires, El 8vo Loco ediciones, 2007.
Matías
Hernán Raia
La colección “69” lanzada por el sello editorial El 8vo loco ediciones se propone reunir
dos novelas breves de autores argentinos y latinoamericanos en una suerte de 2
x 1 literario que no sólo entrega las dos novelas sino que ambas vienen
seguidas de una entrevista con el autor de cada obra. La primera entrega
editada en 2007 nos presenta dos novelas de autores argentinos: por un lado, Modos de asedio de Ana Ojeda y, por el
otro lado, Nuevas cenizas de Mariano
Fiszman. Dos autores diferentes (una debutante; un experimentado), dos novelas
diferentes (una casi realista, luminosa, emotiva; la otra, fragmentaria,
confusa, oscura) y dos estilos diferentes (grotesco y coloquial; experimental y
poético) fundan la colección “69” y nos abren, en un contrapunto interesante,
una puerta a la producción actual de la novela latinoamericana y argentina[1].
1. Las entrevistas a Ana Ojeda
y a Mariano Fiszman.
Empecemos por el final.
Las dos novelas, como ya dijimos, desembocan en una entrevista a cada
autor a cargo de Rocco Carbone. Estas dos entrevistas redoblan la apuesta del
libro doble que nos ofrece esta nueva colección ya que mediante las preguntas y
las respuestas, el lector puede recomponer tanto las figuras del autor detrás
de cada novela como los procesos creativos que tuvieron como resultado el libro
que tenemos en nuestras manos. Así, Carbone pregunta insidiosamente por el lugar
de la lectura, de las influencias, de la escritura e, incluso, por la posición
de cada autor respecto al campo literario argentino (opiniones sobre la “nueva
literatura argentina”, relaciones con los autores que publican actualmente,
relaciones con el público y los lectores, opinión sobre la posibilidad de ser
un “escritor profesional”, etc.). El logro de sumar ambas entrevistas a las
novelas es que reponen, en una jugada arriesgada, la presencia del autor como
productor del texto literario, presencia muchas veces escamoteada por la
crítica literaria argentina, y lo hacen sin dejar de señalar
intertextualidades, influencias, posición del autor en el campo literario
argentino, etc. De este modo, a través del cruce entre Carbone y los autores,
nos enteramos, por ejemplo, de que Modos
de asedio es la primera novela de Ana Ojeda y que tiene otra en camino, que
una de sus obsesiones son las relaciones humanas, que se siente “incapaz de
incursionar en el género fantástico” (p. 160) y que de la “joven generación” de
la literatura argentina actual le interesan Fernanda García Lao y Alejandro
López. Por otro lado, Mariano Fiszman rescata en la entrevista las figuras de
Juan Carlos Martini Real, Néstor Sánchez[2]
y Roberto Raschella, se niega a señalar recurrencias en su obra porque
“cualquiera que lo lea se va a dar cuenta de qué es [lo recurrente]” (102) y
señala que los escritores actuales le resultan “conservadores” (postura
entendible si atendemos al estilo de Nuevas
cenizas, novela que rompe convenciones con insistencia y que propone una
escritura experimental y fragmentada).
2. El PH: Modos de asedio de Ana Ojeda.
Modos de asedio habla de su trama en el título: la historia del encuentro de la
argentina y el italiano de la primera parte, la amistad y algo más de Carlos y
Aargau en la segunda, la de Ankara y Romeo en la tercera, incluso la desazón de
Valentín en la cuarta, es decir, las cuatro historias que componen la novela se
presentan como modos de asedio de una persona a otra como si en el acercamiento
se asediara una fortaleza, o mejor, como si en las relaciones humanas (que tal
como lo señala la autora en la entrevista con Carbone es una de sus
“obsesiones”) se asediara la soledad y la subjetividad de cada uno de los
personajes. Cada personaje es una isla y el acercamiento del otro, la relación
que comienza, el amor que nace de forma a veces imprevista es un modo de
asediar ese aislamiento. Todos tienen su propia vida y sus propios objetivos:
por ejemplo, la estudiante de Letras de la primera parte[3]
está enfrascada en sus monografías, envuelta en su propia cotidianeidad: la
visita recurrente al Instituto Ricardo Rojas en la calle 25 de Mayo, el
desayuno, las elucubraciones literarias, los mismos libros (el Tiscornia), la
misma bibliotecaria (Marta). Ahora bien,
el encuentro con el italiano es repentino y le cambia la vida, la
rutina, la soledad: “De pronto vino
la primavera y florecí como un naranjo.” (5, mis cursivas). Como decíamos, el
título cifra la trama de la novela: cuatro partes, cuatros modos de asedios,
cuatro relaciones humanas principales que se enredan entre sí y forman una
historia que recorre la novela de la primera a la última página, una historia
que tiene como centro a las relaciones humanas.
En la segunda parte, la novela se focaliza en Carlos y su
relación de profunda amistad con Aargau, tan profunda que termina rozando el
amor y se desarrolla en el borde del melodrama: una amistad pasional, los celos
contenidos, el tono confidencial, las cosas compartidas, las personalidades
complementarias, los malentendidos y los sentimientos que no se animan a salir.
Sin embargo, los momentos melodramáticos y sentimentales se mezclan con las
situaciones de la vida cotidiana, con los recorridos por la ciudad de Buenos
Aires, con descripciones muy bien logradas que anulan la posibilidad de caer en
una simple historia de amor y le dan al relato una consistencia muy
característica. Las referencias a la vida artística y bohemia de Buenos Aires
(Liberarte, La voz del erizo), las reminiscencias literarias cifradas en
nombres de autores y libros (La asesina
de Lady Di de Alejandro López) las descripciones en torno a lo cotidiano
(las comidas que prepara Carlos, por ejemplo), los relatos sobre las anteriores
mujeres del protagonista de esta segunda parte, el tono coloquial y la mezcla
entre la voz del narrador y la del personaje, entre otros recursos que se
despliegan, en mayor o menor medida, en todas las partes de la novela, logran
hacer de esta historia de una relación amorosa, una historia con cierta
densidad que no recae en el chantajeo sentimental ni en el gusto edulcorado
(acierto extendible a la tercera y a la cuarta parte). Por otro lado, la
relación entre Carlos y Aargau no es el único centro de esta historia: hacia el
final de la segunda parte, Carlos comienza a trabajar en “Conócete a ti mismo”,
un local en el barrio de Boedo, y esta nueva situación remarca otra de las
obsesiones que reaparecerá en toda la novela: la independencia económica (y de
vivienda) que se encarna en una suerte de lucha por la vida independiente y el
triunfo de los más aptos. Para poner un par de ejemplos, la independencia
económica aparecerá con fuerza en la historia de Ankara y su trabajo en Clarín
(ganarse el derecho de piso en la redacción, sacar el monotributo para poder
cobrar, etc.) y la independencia de vivienda girará en las cuatro partes de la
novela en torno al PH de la Avenida Entre Ríos. Este lugar en el que transcurre
gran parte de la novela, situado en el límite entre San Cristóbal y
Constitución, planteará a sus personajes una serie de desafíos: encontrar un
trabajo para pagar el alquiler, decidir quién se encargará de comprar la
comida, de cocinar, de limpiar, aprender a convivir con el otro o la otra, etc.
Finalmente, aunque quedarían varias cosas por decir,
podríamos decir que Modos de asedio
no sólo se nos presenta como una novela de iniciación literaria, la primera
novela de Ana Ojeda, sino que se puede leer como una novela de aprendizaje
sostenida en la trama de una realidad cotidiana anclada en Buenos Aires, consistente
en sus detalles y en sus objetos, que se centra en las relaciones humanas y sus
aledaños: el amor, la convivencia, el trabajo, la independencia, la familia,
etc. Y a pesar de que por momentos el
relato se torna un tanto insistente en la descripción minuciosa de la vida
cotidiana y en las idas y vueltas sentimentales de sus personajes, la escritura
de Ojeda logra metáforas interesantes, descripciones luminosas y algunas
escenas memorables como la del trabajo de Ankara en la redacción de Clarín o la
fiesta frustrada de Ringkler y la Orelli. Modos
de asedio, pues, resulta un interesante comienzo.
3. El edificio tomado: Nuevas cenizas de Mariano Fiszman.
A diferencia de Ana Ojeda, Mariano Fiszman tiene
experiencia en el campo editorial argentino. Ha publicado junto a Eduardo
Rubinschik un primer libro de relatos, Trama
(1987); un libro de relatos propios, El
antílope (Beatriz Viterbo, 1999) y, finalmente, en colaboración con Roberto
Baschella, una novela, La historia que
nunca les conté (Norma, 2005). Sin embargo, a pesar de su experiencia, Nuevas cenizas es su primera novela en
solitario, lo que le ha permitido jugarse por una estética propia que, como
bien señala en la entrevista con Rocco Carbone a la que hacíamos mención al
principio de la reseña, muestra influencias de las obras de Onetti, Osvaldo
Lamborghini y Néstor Sánchez, entre otros.
¿Por dónde empezar? La novela de Fiszman es complicada,
confusa y angustiante. El relato empieza in
media res (“Hasta que una tarde la Turca asomó su perfil de pájaro…” (p.
7)) y el lector se siente perdido de inmediato en un mundo de tonalidades
grisáceas, de voces urbanas y de lugares y personajes derruidos. Narrada en una
primera persona singular, la novela nos involucra con un personaje que tampoco
entiende demasiado bien de qué se trata el ambiente en el que vive, quién es la
Doña, por qué terminó en ese edificio, por qué la Turca y Rega y Cúper se
preocupan tanto por él. A lo mejor, la causa de esta incertidumbre se debe a
que lo que encontramos ya desde el principio de la novela es lo que nos señala
el título: cenizas. Es decir, cenizas de algo que fue, cenizas que el lector
trata de recomponer en ese objeto, en esa historia que se ha quemado, cenizas
para entender la trama, para encontrar el hilo que explique los interrogantes
que va generando la novela[4].
En definitiva, podríamos definir parcialmente a la novela de Fiszman como una
narración de los restos de distintas historias que se cruzan en los cuartos de
un edificio que hace acordar tanto a los hoteles de Camas desde un peso de Enrique González Tuñón como a los edificios
tomados de las calles de Buenos Aires.
Y es que toda la incertidumbre que el libro nos provoca,
está restringida a dos o tres lugares (el edificio y sus cuartos, la
Biblioteca, algún que otro bar, alguna que otra calle) y limitada al accionar
misterioso de personajes de perfil lumpen, marginal: Rega y su pasado
carcelario; la Turca y su figura erótica; el protagonista, sus recuerdos
fragmentarios y ese accidente que no lo deja en paz; Cúper y su matrimonio
fracasado; Dolores en su cuarto, con un niño a cuestas; la Doña, su enrome
cantidad de hijos y sus ademanes mafiosos.
Esta restricción doble de ambientes y personajes crea una atmósfera
angustiante y el estilo de la escritura de Fiszman no aclara demasiado el
panorama. De más está decir que cuesta entender la novela en una primera
lectura porque ante una escritura tan fragmentada, tan experimental, tan
enroscada, el lector se pierde en las líneas intrincadas del libro y busca
desesperadamente algunos puntos de lo cuales asirse para reconstruir qué es lo
que está sucediendo. A lo mejor, por momentos este estilo conspira contra la
trama y los recursos vanguardistas[5]
que Fiszman toma prestados de la vanguardia de los 60 y los 70[6]
giran de forma desquiciada sobre su propio eje. Sin embargo, antes estos
derrapes rupturistas, el autor logra construir un relato con personajes
consistentes e interesantes como Rega, Cúper o la Doña, escenas grotescas como
la de la Turca practicándole sexo oral a Rega con la infeliz intromisión de una
anciana (p. 49-50), y descripciones de alto valor poético como la del viaje en
auto (p. 15-16).
Por otra parte, cabe señalar que el sexo aparece como uno
de los núcleos narrativos de Nuevas
cenizas ya que además de aportar escenas grotescas como la de Rega y la
Turca antes señalada, sustenta la relación entre el protagonista y Dolores, su
vecina. En una escena en el cuarto de ella, la emoción profunda y humana se
vincula de forma chocante y productiva con el sexo, dice el narrador: “Yo
habría querido que rompiese a llorar y con la mano que le acariciaba suavemente
la nuca como consuelo ir empujando su cara hacia mi pija, que se la metiera del
todo en la boca tragando lágrimas y saliva, verla hipar, atorarse, perdidos los
bordes del placer y la pena hasta no distinguir qué era cada cosa ni de quién.”
(p. 72-73) A la escenificación brutal del sexo, podríamos sumarle la
escatología, otro de los núcleos de esta novela que aparece, por ejemplo, en el
capítulo III, cuando el protagonista limpia el cuerpo de la Turca (p. 78): un
cuerpo desahuciado, mugriento, desinflado. Por último, agreguemos la muerte
como otro punto nodal del relato: un aire que ronda desde el principio hasta el
final de la novela, una presencia constante que empuja al protagonista hacia
los sentimientos de culpa y angustia que esgrime a lo largo de sus reflexiones
entretejidas con los sucesos de la trama. Esa muerte que nos remite nuevamente
a las cenizas, cenizas que reaparecerán hacia el final dándole a la novela de
Fiszman un cierre casi circular que contribuye a dejar al lector atónito y
desconcertado al leer la última línea del libro y lo empuja a empezarlo todo de
nuevo.
[1] En 2008, El 8vo loco ediciones
ha publicado un segundo libro en esta colección: Entonces sólo la noche de Enrique Ferrari y Divertimenta de Jesús Morales Bermúdez.
[2] La influencia del estilo de Néstor Sánchez, tal como lo señala Carbone
y luego lo reafirma Fiszman, se hace sentir en Nuevas cenizas.
[3] La primera parte se caracteriza por presentar un narrador en primera
persona singular. Por el contrario, las otras partes están narradas en tercera
persona singular y focalizan, en general, en un personaje.
[4] La presencia de Cúper y sus cigarrillos nos reenvía constantemente a
estas cenizas del título.
[5] Discurso indirecto libre, sintaxis fragmentada al mejor estilo
Lamborghini o Sánchez, pensamientos que se introducen en las descripciones de
ambiente, conversaciones y reproducción de lo coloquial, monólogo interior,
saltos temporales, entre otros.
[6] A lo que habría que sumarle la atmósfera de transgresión, marginalidad
y bohemia.
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